20100920

Luciérnagas existencialistas

No importa que pase, todas las luciérnagas se avientan a la alberca. ¿Es la adrenalina del último viaje o la promesa de no viajar más?
La deriva continua, plasmada ya desde la internacional situacionista, es la única constante que re-escribe nuestros logros. Después, ni el tiempo, ni el esfuerzo, comentaran los fracasos. ¿Para que ir a buscar un después?
Este fin ultimo. Esta colección de procesos. Nos deja con un sabor amargo. Al final, maldito Borges, todo se vuelve todo.
Entendamos primero la concepción actual del mundo. Esa parte metafísica que la filosofía todavía debate. Ni todos los puntos de vista están equivocados, ni están dispersos. Todos convergen dentro de un entramado (grille) que los hace ver únicos. Solo mientras cada quien mantenga su posición. ¿Qué razón tiene entonces?
Ya nos hablaría Norberto Chaves de su diseño invisible. Este metalenguaje presente en todo buen objeto que se aprecie de serlo. Esa fina traza que ralla entre la espontaneidad de lo nuevo y lo cotidiano de lo genérico. Es un lenguaje al final de cuentas adaptado como propio. De ahí que en realidad el diseño sea personalizado. Siempre. De ahí que me rehúse a “diseñar”, si es que ese verbo se puede aplicar, casas. ¿Cómo podrías diseñar el lugar donde alguien más habita? Este metalenguaje es producto de la relación entre el diseñador y su cliente. Y va más allá todavía. Porque termina siendo producto del objeto con su entorno. Al final, es todo.
El diseño, no responde a la creatividad del “maestro albañil”. Tampoco responde a la virtuosidad del genio. Ni siquiera a la inspiración de las musas. ¿Qué somos? ¿Escultores? Raya en la simplicidad o en la ignorancia quien así lo promueva. Esto no es el siglo XII. No somos la mano de Dios trazando su legado. Borges de nuevo, ¿Que lenguaje tendría un dios?
En algún momento, tendremos que notar que en esta disciplina, lo primero es: aprender a aprender. Y es que suena más sencillo de lo que parece. Hay que darse cuenta, primero, que estamos en la mitad de un proceso. Siempre. Es imposible quedarnos con lo que sabemos, viendo el resto pasar. ¿Dónde estaría la diversión? Al final, todas las experiencias, todos los estímulos, pasarían de una inconciencia a ser parte de un objeto. Parece que es cierto, pero, no podemos ver lo que no conocemos. Mucho menos diseñarlo.
De ahí que sigamos en la deriva. Recolectando datos. El puro placer que genera esa “otra idea” puede mantenernos viajando. El diseñador parece ser hedonista. Solo importa si es nuevo y entretiene. ¿Qué más da? Si es parte de un proceso. El fin de este, es el fin último. Un eterno retorno.
Las luciérnagas lo sabían. No hay fin sin retorno. Tal vez por eso saltaban a ahogarse. Solo queda una pregunta que hacernos. Si vale la pena es: ¿Por la adrenalina del último viaje o por la promesa de no viajar más?

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